martes, 16 de octubre de 2012

It isn't to hard to see...


Estamos empeñados en tener planeado perfectamente todos los pasos a seguir. Escogemos la ropa, el peinado, la comida, la mascota, el color de las cortinas. Elegimos a las personas importantes, el felpudo de la entrada, el coche, la universidad, la edad para dejar de ser pequeño, las bandas sonoras, los libros. 
Hay doscientas cuarenta marcas distintas de cigarrillos y treinta y cuatro de lavavajillas. Y si nos ponemos a hablar de comida ya ni os lo podéis imaginar. Siempre hemos podido elegir a que lugar viajar, el dibujo de las mantas de la habitación, los dibujos animados perfectos para tus hijos o si llevar reloj o ir a contratiempo. Whisky o coñac. Romántica o siniestra. Frío o calor. Cuero o lana. Dulce o salado e, incluso, agrio.
Nos dejan elegir tantas cosas aparentemente que acabamos creyendo que tenemos el control sobre nuestras vidas. Y nos dan motivos para creer en ellos, y razones, y promesas, y toda esa mierda. 
Pero el día que menos te lo esperas va la vida y te lo cambia todo. Y dan igual la ropa, el peinado, la comida, la mascota y el color de la cortina. Porque de repente apareces en un vaivén de emociones . Y no necesitas fumarte un par de petas para que el corazón coja tanta fuerza que sea difícil eso de hablar y respirar a la vez. 
Las cosas cambian. Tú también. Y tus ideales.
Lo que trato de decir es que hay días en los que sólo te importa lo que hacen con tu vida y otros en los que todo te da igual mientras él te siga sonriendo con la mirada al verte. Y por si fuera poco ahora va el loco ese y se tira desde la estratosfera, joder. Lo veo caer al vacío tumbada en mi cama por internet. Y me hago la pregunta de qué cosa le puede dar miedo a ese tío. 
Aunque nadie te ha visto tan cerca como yo y nadie te ha sentido tan dentro incluso a unos km de distancia. Porque hay veces que con sólo saberlo basta.


Porque hay veces que una llamarada se apaga, pero otras dura una eternidad.

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