martes, 11 de septiembre de 2012

WISH YOU WERE HERE



Me quedé con él porque me prometió que a partir de ese momento no iba a estar sola. Y cuando me quise dar cuenta, estaba tan cerca que podía sentir el roce de su brazo contra mi espalda, un movimiento casualmente ejecutado que hacía que me envolviese en escalofríos. No recuerdo que canción sonaba, ni siquiera si sonaba una canción, ni si había luna llena... ni si era miércoles o jueves, o tal vez domingo. Sólo recuerdo que era una de esas noches de San Juan, en las que la cantidad de estrellas que alumbran el cielo te hacen sentir pequeña e insignificante. Más, si al levantar la mirada tropiezas con unos ojos por los que tanto habías suplicado, y te encuentras con las ganas rebosando en la garganta y estallando en las pupilas. Tantas ganas como miedo.
Él hablaba de no sé qué moto o de quién sabe qué canción de Skrillex. Sabe Dios. Porque yo, en aquel instante tan mágico e irreal, en lo único que podía fijarme era en los escasos centímetros que separaban nuestras bocas. Conté para mis adentros... uno, dos, tres... dieciséis, diecisiete... veinticuatro... hasta que el desliz resultó evidente. Con su aliento entre mi aliento, busqué el mensaje subliminal escondido en su mirada, suplicando piedad ante aquella descarga de electricidad. Y lo conseguí. El motero chulo de la ciudad se paró por mi.
Cuando amaneció y el sol se dispuso a derretir los lunares de su espalda, escribí en algún lugar que me moría de ganas por continuar aquella historia de noche de San Juan.


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